Take a fresh look at your lifestyle.

La aciaga vida de Shelley, creadora de Frankenstein

Desde su nacimiento, la autora de Frankenstein -un clásico de la literatura universal- fue marcada por la desgracia. Piedra angular de la ciencia ficción, Mary Shelley intentó exorcizar en la escritura los demonios que la acechaban en la vida real. Sin embargo, las tragedias y su criatura narrativa eclipsarían su existencia y su obra.

 

Alejo Román Paris

[email protected]

Era mayo de 1816. En Coligny, cerca del lago de Ginebra, en la elegante mansión de la Villa Diodati, se hospedaba el célebre poeta Lord Byron junto con algunas de sus amistades. Entre ellas estaba Mary Godwin, una joven de 19 años que más tarde sería conocida como Mary Shelley. Ella y Percy Shelley eran amantes y habían llegado hasta allí provenientes de Inglaterra, buscando un poco del sol que escasea entre la niebla londinense. Sin embargo, una lluvia constante les impedía salir de la mansión. Las circunstancias propiciaron las conversaciones entre los huéspedes. Las charlas versaron, en general, entre los avances de la ciencia; y en particular, sobre los experimentos científicos ligados a la electricidad y la posibilidad de devolver vida a materia inerte.

Un día de aquellos, Lord Byron animó al resto con la propuesta de un concurso de cuentos de temática sobrenatural. La joven Mary se enfrentó al abismo de la hoja en blanco, y de ese precipicio emergieron los fantasmas que la habían acompañado desde el inicio de su vida. Uno de ellos fue el entonces reciente fallecimiento de su primera hija, nacida prematuramente. Pero Mary había tenido que convivir con la acechante sombra desde siempre. El destino la había sometido al suplicio de su ironía desde que dio su primer respiro: su alumbramiento había supuesto la muerte de su madre. Aquellos fantasmas que siempre la acecharon se corporizaron entonces en el esqueleto original del monstruo literario, “Frankenstein o el moderno Prometeo”.

Según la propia Mary, cuando se fue a dormir aquella noche, tuvo una visión a la que definió como “un siniestro terror”. Aquellas imágenes espantosas inspiraron el punto inicial de lo que sería la obra definitiva. Una novela que narra la historia de un científico suizo que se propone dar vida a un cuerpo inanimado. Después de dos años de experimentar, lo consigue. A partir de diferentes partes de cadáveres, construye un cuerpo humano de casi dos metros y medio de altura. A la luz de las velas en una noche de tormenta, consigue darle vida a partir de impulsos eléctricos. La criatura abre un ojo, respira, y la trama se empieza a tejer.

La vida de Mary Shelley fue llevada al cine.

Vivir entre sombras

Hija de Mary Wollstonecraft y de William Godwin, Mary Shelley fue mucho más que la novela que le dio fama. Durante la infancia, su padre la alentó a escribir como ejercicio epistolar. De niña, ya demostraba su afición a componer historias. Sin embargo, su obra va más allá del género narrativo. También fue dramaturga y ensayista, y editó y promocionó la obra poética de su esposo. Pese a ser su pieza más célebre, la sombra de Frankenstein puede haber eclipsado el resto de su obra. Quizás, de la misma manera en que las tragedias empañaron su vida.

Su madre, a quien no conoció, fue una mujer revolucionaria para la época. Escribió novelas, cuentos y ensayos. Consiguió vivir de la literatura como escritora profesional, algo inusual en aquel tiempo. Además, escribió sobre los derechos de la mujer y estableció las bases del feminismo liberal. Su padre fue filósofo y político, defendió y promocionó las ideas feministas de su esposa. Esto fue visto con el recelo propio de aquella sociedad conservadora. Mary Wollstonecraft falleció a los 38 años, luego de algunos días agonía, por complicaciones ligadas al parto de la única hija que tuvo con Godwin. Pese a convivir con la presión de las deudas, William siempre procuró una buena educación para su hija, que creció en el seno familiar de un intelectual de la época.

Después de aquellos días en Suiza, Mary Godwin y Percy Shelley volverían a Londres. Eran amantes y habían emigrado escapando del escándalo. Percy Shelley, un joven poeta que consideraba a William Godwin una especie de padre intelectual. Quizás por eso, y porque se interesó en su hija, Shelley lo ayudó con sus deudas durante un tiempo. Así conoció a Mary cuando ella tenía 17 años, pero él era casado y su esposa esperaba un hijo. Por eso, el sitio que elegían para verse a escondidas era el cementerio. Incluso, se presume que Mary habría quedado embarazada en ese lugar.

Consciente o no, ella celebró la vida frente a los ojos de la muerte. Sin embargo, el sino fatal condenaría a la niña concebida entre las sombras a morir luego de un nacimiento prematuro. Otra vez, el sarcasmo de la muerte reía último en una mueca de perversidad.

El lúgubre destino parecía seguirle los pasos a la pareja, porque luego de eso la hermana de Mary se suicidaría con láudano y la esposa de Percy haría lo mismo ahogándose en el lago del Hyde Park. Las familias encubrieron ambas muertes. Teniendo en cuenta los acontecimientos, los abogados de Shelley le recomendaron reforzar su posición casándose nuevamente. Así fue que Mary Godwin se haría Mary Shelley, nombre con el que sería recordada. Luego llegarían los nacimientos de William y Clara. Durante un tiempo, la muerte pareció tan solo un mal recuerdo. No obstante, su derrotero lejos estaba de haber terminado.

Aquejados por las deudas, y quizás queriendo dejar atrás el pasado funesto, los Shelley dejarían Inglaterra para emigrar a Italia sin intenciones de regresar. Sin embargo, la sombra los persiguió. William y Clara enfermarían y morirían; él en Venecia, ella en Roma. A pesar de la profunda pena, y acaso bajo los preceptos del mismísimo Víctor Frankenstein, Mary y Percy parecían decididos (u obsesionados) a derrotar a la muerte. Entonces, su cuarto hijo nació en Florencia. Finalmente, parecía que la perseverancia les había dado la victoria a los Shelley. Pero, a fin de 1822, llegó el golpe de gracia. Percy salió a navegar en velero, pero nunca regresó. Su cuerpo fue hallado tres días más tarde en una playa de la Toscana. Su fallecimiento, en el mismo lugar donde el matrimonio por fin había celebrado el triunfo de la vida en el nacimiento de último hijo, llevó sello inconfundible del sicario imbatible del destino: la ironía.

Más allá de la muerte

A los 53 años, Mary Shelley se entregó a la sombra que incesantemente la había perseguido desde que diera su primer respiro. Se piensa que su fallecimiento, precedido por diferentes episodios vinculados a dolores de cabeza y parálisis, fue causado por un tumor cerebral. Los fantasmas de la muerte la acompañaron hasta la tumba, pero no más allá.

En cambio, el germen Víctor Frankenstein y su obsesión con la vida y la muerte, parecieron dejar una huella en su legado. Al revisar sus pertenencias después de su fallecimiento, sus familiares encontraron las cenizas de Percy Shelley y algunos cabellos de sus hijos. Mary los atesoraba en el interior de su escritorio, junto a los pedazos del corazón de su esposo envuelto en seda. La muerte los había separado. Quizás, volviéndolos a unir, podrían estar juntos de nuevo.

 

 

 

 

Los comentarios están cerrados.