Las voluntarias del Hospital San Roque son expertas en la terapia del abrazo, en sus múltiples acepciones. Su labor, silenciosa, se emparenta con otras experiencias en las que las mujeres son protagonistas. Consiste en contener material y emocionalmente a los pacientes y sus acompañantes.
Al igual que la historia de la institución que hoy se denomina Hospital Materno Infantil San Roque, cuya construcción fue impulsada por un grupo de mujeres nucleadas bajo el nombre de Sociedad de Beneficencia Fundadora a principios del siglo XX, el Voluntariado Santa Rita es desarrollado por un equipo de mujeres organizadas, desde sus orígenes en 1966. La sala de voluntarias está ubicada en el primer piso del establecimiento de salud que asiste a niños de cero a 14 años, en La Paz 435, de la ciudad de Paraná.

La chaqueta roja a cuadrillé y la insignia con el logo del voluntariado sobre el lado izquierdo del pecho, no son las únicas cosas que las identifican. Hola, ¿en qué te puedo ayudar? es la frase de cabecera de estas personas que rondan el hospital día a día. No se trata de romper el hielo de una conversación cualquiera, sino de captar la necesidad de las niñeces y sus acompañantes.
Con roles de trabajo específicos, integran la Comisión Directiva dividida en subcomisiones de Caja y ropero, Juguetes, Pañales, Ajuares, Moisés y cunas, Eventos y Comunicación. Estas mujeres meticulosas, ordenadas y honestas, mantienen sus estantes estratégicamente organizados con las donaciones de la comunidad local y del interior de la provincia, apuntan sobre sus cuadernos el control de lo que llega y de lo que se va y fraccionan alimentos y artículos de higiene.
Los únicos requisitos para acceder al voluntariado son ser mayor de 21 años y contar con la aprobación del curso de ingreso, cuyas convocatorias se realizan cuando demandan más asistencia. Al margen de las ideologías personales, apuntan hacia el mismo fin que es ayudar. Tomaron el compromiso de asistir 3 horas semanales, pero dedican mucho más que eso dentro y fuera del San Roque. Religiosamente, en honor al Día de Santa Rita, el 22 de mayo, los días 22 de cada mes concurren a la Catedral Parroquia Nuestra Señora del Rosario sobre calle Su Santidad Francisco, donde reciben donaciones de pañales.
No solo suministran elementos de primera necesidad, sino que también están abiertas a la escucha, dado que las personas con problemas de salud y sus acompañantes necesitan contención emocional. Por cierto, a veces, la terapia del abrazo puede resultar más afectiva que las palabras.
Un horizonte común
Motivos para comenzar una actividad puede haber tantos como personas en el mundo. Sin embargo, en el caso de las voluntarias hay coincidencias propias de quienes desean dar una mano al otro. EL DIARIO dialogó con María Eugenia Llano, Alicia Alba, Silvia Moreli, Hilda Filibert, Elsa Pisano y María del Carmen Iacobacci, quienes compartieron que su predilección por los niños y el deseo de devolver algo de lo que la vida les ha dado, son algunas de las razones por las que se integraron al voluntariado.
–¿Qué las hace elegir el servicio diariamente?
–Todas tenemos la necesidad de hacer algo por el otro, dentro de nuestras posibilidades y capacidades. Además, es muy gratificante compartir este espacio con las compañeras y con la gente del hospital. Más allá de las situaciones complejas que vivimos a diario, poder ayudar es reconfortante. Cuando nos vamos a casa, llevamos con nosotras la sensación de haber hecho algo importante por los demás. A medida que pasa el tiempo, nos encontramos con experiencias que nos motivan a seguir empatizando con el prójimo. Si vemos a un niño que está triste o aburrido le llevamos un libro o un juguete; o a la mamá le preguntamos qué necesita, tal vez ojotas para aliviar sus pies hinchados, yerba para tomar un matecito, revistas para distenderse, ropa cómoda o abrigo. Sabemos que con estos gestos no le vamos a cambiar la vida a nadie, pero sí vamos a hacer lo que esté a nuestro alcance para que la pasen un poco mejor.
–¿En qué momentos sienten que lo que hacen vale todo el esfuerzo?
–Cuando vemos la sonrisa y los ojos de un niño o de una mamá. Algunos te agradecen con palabras, otros con la mirada. Cuando a ella le decimos “quedate tranquila, andá a darte un bañito que te cuidamos al bebé”, le cambia la cara.
Lo que experimentamos es tan significativo que al regresar a casa también nosotras necesitamos compartirlo con alguien.
En el San Roque nos toca vivir con extremos. Por un lado, la vida en sus inicios en el área de maternidad; por el otro, chicos que esperan su momento final, en cuidados paliativos. Insistimos: somos conscientes de que no vamos a cambiar el mundo, pero sí queremos hacer un aporte. Ayudar es como un efecto mariposa en el que el planeta sigue en eje gracias a que muchas personas trabajan de forma anónima y desinteresada. Nos sentimos plenas acá. Lo que recibimos a cambio tiene más valor que lo económico.
–Son un voluntariado pleno de mujeres. Esa singularidad, ¿qué les aporta?
–En nuestro caso, hay una sensibilidad que nos viene del instinto materno. Constantemente nos preguntamos “¿y si fuese mi hijo?”. Todas las integrantes del equipo somos mamás, tías o abuelas y hemos pasado por la experiencia de tener un niño enfermo y de querer cuidarlo a toda costa. De todas maneras, ahora la maternidad no es solamente de las mujeres. Antes la mamá se ocupaba de los hijos y el papá proveía. Por algo, en los inicios, al hospital lo denominaron materno-infantil. Las cosas cambiaron. Hoy también hay papás cuidando a sus hijos en las salas de internación.
Hasta ahora el reglamento sigue siendo el mismo que propusieron las iniciadoras; sin embargo, desde la Dirección del hospital nos plantearon ser más abiertas. Se baraja la idea de incluir hombres al grupo. Desde ya que en ocasiones especiales involucramos a nuestras familias, incluyendo esposos, hijos y nietos. Por ejemplo, en la mudanza nos ayudaron a acarrear los bolsones con las donaciones al nuevo espacio que habitamos desde principios de marzo. Honestamente, tenemos que sentarnos a rever las reglas y pensar cómo incorporaríamos a los varones al voluntariado.
Nuevos bríos
En un acto íntimo, el 6 de marzo se inauguró un nuevo espacio de trabajo, en el hospital. El San Roque es un nosocomio de referencia en la provincia, por lo que día a día crece más. Como un gran rompecabezas, se mueven las piezas para ubicar a todos los profesionales y pacientes. Las voluntarias ocupaban un lugar en el subsuelo que necesitaba refacciones. “La gestión del hospital nos planteó que no era el espacio más óptimo por las filtraciones de agua y la humedad”, indicaron las entrevistadas, antes de agregar que, por esa razón, les propusieron mudarse al primer piso, en la habitación contigua a la capilla. Al respecto, las voluntarias manifestaron que “al principio nos cayó como un balde de agua fría porque al subsuelo lo sentíamos como nuestro lugar; pero, tras la mudanza, nos dimos cuenta de que sí nos convenía. De hecho, ya le dimos el toque femenino con las cortinas de colores y las plantas”.
Una posibilidad es que ese espacio que ocupaban sea utilizado, luego de la recomposición edilicia, como depósito de farmacia.
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