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Los carreros, motores del desarrollo entrerriano

Cuando el aumento de la producción demandó cierta logística, el carro y quienes lo manejaban, los carreros, tuvieron un papel principalísimo, ocas veces reconocido. Fue un trabajo duro, que tuvo su capítulo en los inicios de las luchas sindicales. Pese a los avances tecnológicos, el vehículo aún hoy se abre paso en los caminos del progreso.

 

Rubén I. Bourlot / Especial para EL DIARIO

 

El 11 de enero de 1907 era asesinado en las cercanías de Villaguay el carrero Julio Modesto Gaillard, fecha propicia para homenajear al sacrificado y por lo visto peligroso oficio de carrero.

El homicidio del carrero Gaillard en la primera década del siglo XX cobró relevancia por tratarse de un atentado contra la libertad de prensa, y con tintes de crimen político, puesto que el objetivo de los conspiradores era la destrucción de la imprenta de Antonio R. Ciapuscio, editor del diario El Pueblo de Villaguay, con la complicidad del jefe político de esta ciudad.

Hoy, un monolito, que se levanta a unos 12 kilómetros al norte de la ruta n° 130 que une Villaguay con Villa Elisa -a orillas del arroyo Santa Rosa-, es el silencioso homenaje que se le rinde a Gaillard. De hecho, en su honor, bien podría ser esta fecha el Día del Carrero.

En Entre Ríos hasta la primera mitad del siglo XX el carro era el medio de carga terrestre que se complementaba con el ferrocarril. Los carreros trasportaban todo tipo de cargas, principalmente las cosechas, ya que los camiones eran escasos o inexistentes y los caminos impracticables para los vehículos automotores. Otros carros eran los que sacaban los postes de ñandubay y algarrobo de los montes del Montiel y los trasportaban a todos los puntos de la provincia para construir los alambrados.

 

Las condiciones laborales

“No creo que haya país que tenga más carros que la República Argentina; sólo los colonos de Entre Ríos tienen 15.000”, dice Juan Bialet Massé en su clásico Informe sobre el estado de las clases obreras argentinas.

“El carro chato de cuatro ruedas es para el colono lo que es el caballo para el gaucho. La razón está en la extensión de las chacras y las largas distancias. Aparte de la fantasía del colono de trotar largo siempre y de los choques que esto produce continuamente, nada hay que observar en este servicio.

“Pero no así en las tropas encargadas de llevar las cargas a las estaciones, y sobre todo en los carros de servicio de acarreo en el interior de las ciudades.”

Bialet advierte que “las municipalidades han reglamentado el tráfico, pero no los jornales y variantes del salario; han dictado tarifas que se burlan siempre que se puede” y agrega: “es creencia general que en este servicio no puede haber horarios y nadie se da cuenta de la naturaleza de este servicio”.

Considera que “el horario del carrero debe ser como el de los demás obreros, y lo extraordinario y forzoso debe serle pagado, sin que el servicio forzoso pueda exceder de la sexta parte del de la semana, a no ser exigido por autoridad pública competente, porque eso es fuerza mayor irresistible. Más allá de esto debe haber obrero que lo substituya, y las sociedades gremiales nunca carecen de sustitutos disponibles.

“En la fijación del jornal debe tenerse en cuenta la responsabilidad en general y la particular de que el obrero paga las pérdidas de bultos, muchas roturas y la atención particular que el oficio requiere.”

Más adelante, hace una referencia al trato que reciben los caballos por parte del carrero que “sea por la dureza del oficio o por la falta de instrucción, la verdad es que los individuos de este oficio se distinguen por su rudeza. Yo creo que les viene principalmente de la costumbre de pegar y maltratar a los animales. Me parece que va llegando la hora de quitar de las manos del carrero el látigo, como se quitó la palmeta de las manos del maestro de escuela. El castigo no añade fuerza al animal, sino que se la quita, y lo que no se consigue por el amaestramiento y la excitación de la voz, tampoco se logra por el palo.”

 

Guiso carrero

El escritor Aldo Herrera en su trabajo Arar con caballos pinta una semblanza en un viejo carrero que recorría el departamento Paraná. El Turco Tropero “se movilizaba en un carro de esos grandes, de dos ruedas —de los llamados ‘carro de bueyes’— pero en este caso tirado por caballos. A la noche se cerraba alrededor del carro con algunas arpilleras, bolsas de cereales en desuso, y se armaba una especie de carpa, que le servía de cocina y dormitorio. Los peones, criollos de a caballos, dormían en el suelo, sobre el apero, como cuenta Martín Fierro. Cuando llovía o hacía mucho frío, siempre se encontraba algún lugar en un galpón para que los mismos pasaran la noche ahí. En el carro, El Turco llevaba todos los elementos necesarios para la subsistencia, comestibles y demás. Recuerdo los comentarios que provocaba su manera de preparar y servir la comida a su gente, seguramente traída de su tierra natal y que aquí resultaba risueña. Cocinaba siempre un guiso, en una olla grande puesta sobre una treve (una especie de parrilla de hierro de tres patas de unos treinta centímetros de alto) y abajo hacía fuego con leña, que nunca faltaba en ninguna parte.

“Cuando el guiso estaba listo, los criollos ya habían terminado la clásica mateada alrededor del fogón y se empezaba a comer. Y aquí empieza la particularidad del Turco. El único elemento de cocina que tenía era un cucharón grande, que usaba también para remover el guiso mientras se cocinaba. Con este utensilio extraía la cantidad que cabía en el mismo y se lo pasaba al primero de la rueda. Éste se servía directamente con la boca del mismo —uno, dos o tres bocados, según el hambre que tuviera o la capacidad de su boca— y lo pasaba al compañero de al lado. Cuando se terminaba el contenido del cucharón, el Turco lo llenaba de nuevo y seguía la ronda, hasta que todos se llenaban o se terminaba el guiso.”

En la colonia San Cipriano (departamento Uruguay), nos recuerda Omar Alberto Gallay en su libro Esperanza, corazón y tierra: narrativa histórica de San Cipriano, era un reconocido personaje Graciano Voilloud con su carro tirado por caballos bayos que recorría las colonias comprando chatarras, vidrio, huesos, cartones que comercializaba en Concepción del Uruguay; y vendiendo yuyos medicinales, miel y otros productos.

 

Trabajo duro

A su turno, Roberto Romani rememora en su cuenta de Facebook que el último carrero de “Larroque, mi pueblo natal, fue y será ‘Tico’ Cabrera, el último arreador de las escarchas que, desde su atalaya de horizontes claros, bendijo el trabajo y los sueños de la comarca dichosa.

“Luis Cabrera, respetado y querido por el vecindario, vivió los inviernos de su vejez trepado al carro entrerriano, como un centinela del pago chico, sin importarle los horarios de la ciudad o las cargas modernas que le permitían ganarse la vida con dignidad.

“Había nacido el 5 de febrero de 1904. Anduvo en la década del treinta como un pombero de las madrugadas sobre las bolsas de cereal, por Las Mercedes, Almada y Faustino Parera, hasta entregar los frutos del campo a los trenes del Ferrocarril Urquiza, que llegaban a la Estación Larroque.

“Allí lo sorprendieron los cencerritos del alba junto a Mariano y ‘Truca’ Aguilar, ‘Puco’ Fernández, los hermanos Januario, Ramón e Inocencio Morel, Alejandro Cuello y los hermanos Isaac, Silverio y Toribio Díaz, carreros como él, acostumbrados a la polvareda de los caminos vecinales, que siempre cumplieron con la palabra empeñada.”

 

Aún hoy circulan carros, como en los tiempos pretéritos.

Para seguir leyendo

 

– Bourlot, R. y Gallay, O. (2019). El crimen del carrero Gaillard

– Más temas sobre nuestra región en la revista digital Ramos Generales, disponible en historiasdelasolapa.blogspot.com

 

 

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