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Los dilemas y desafíos de la vejez, de la vida real al cine  

El hecho de que haya aumentado la expectativa de vida, no significa que la cultura ni la sociedad tengan resuelto cuál es el entorno más adecuado para que acontezcan las vejeces. Tres películas de la última década nos impulsan a reflexionar sobre estos temas, que forman parte de las conversaciones y las preocupaciones cotidianas de una cantidad cada vez mayor de personas.

  

Gustavo Labriola

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El cine, en el último tiempo, se acercó a la vejez en, por lo menos, tres películas que tratan con respeto y valiosas observaciones a la problemática de los adultos mayores. En un contexto en el que la palabra amor aparece desteñida, contaminada por acepciones empobrecidas que hacen hincapié en meras estrategias de seducción física y emocional, muchas veces de dominación, de interés, de premeditado engaño o de asumida conveniencia, las películas “Amor” (2012), “Algunas horas de primavera” (2012) y “Padre” (2020) nos invitan a pensar la existencia humana, en otros términos.

La sabiduría de las realizaciones radica en el hecho de que, mientras pareciera que las historias refieren sólo a personas que deben afrontar las consecuencias de la vejez propia o del entorno próximo, interpelan sin más las concepciones generales de la vida que solemos tener y nos enfrentan a las máscaras, artificios, personajes que deshumanizan y simulaciones que asumimos como gestos identitarios verdaderos.

Madre e hijo lamentan la suerte que comparten, en Algunas horas de primavera.

En pareja

Amor (Amour) es una delicada, intensa y cuestionadora película de Michel Haneke, un director que se caracteriza por elaborar guiones crudos y profundos. Trata sobre una pareja de ancianos encerrados en un departamento de París. La evolución de la enfermedad de la mujer, interpretada por Emmanuelle Riva (la recordada actriz de “Hiroshima, mon amour”), la desgasta física y psíquicamente.

Eso genera en su esposo (una actuación extraordinaria del recientemente fallecido Jean-Louis Trintignant) un acompañamiento amoroso y sensible que no elude reacciones humanamente comprensibles, pero que son de una peculiar dureza.

La hija (Isabelle Hupert) completa el elenco principal de un filme que es compasivo con el deterioro de la situación, sin embargo, altamente poético, que no escatima en un certero realismo.

 

Madre e hijo

La segunda obra recomendada es “Algunas horas de primavera” (Quelques heures de printemps), de Stéphane Brizé, un fino ejercicio de interpretaciones intimistas y profundas. Un hijo (Vincent Lindon) que retorna a la casa paterna luego de haber permanecido preso por contrabando de cannabis, se reencuentra con su madre (Héléne Vincent) sometida a una enfermedad terminal. El director logra un tratamiento preciso y austero en la relación hijo-madre que se desarrolla en una atmósfera de pesadumbre y desánimo: del hijo, por la dificultad de la reinserción en una sociedad prejuiciosa y discriminadora; de la madre, por percibir el detrimento en su calidad de vida y su destino inexorable.

Los personajes centrales de “Algunas horas de primavera” son seres con limitaciones que les impiden manifestar sus emociones. A través de almuerzos y diálogos desandan un tiempo que parece desligarse de la inmediatez, pero supone, también, un acercamiento a una realidad inclemente, en la que la opción de la eutanasia se vuelve comprensible, además de una elección que interpela, y subordina cualquier otra visión sobre las decisiones personales.

En El padre, el personaje y su hija afrontan los avatares de la vejez.

Padre e hija

Finalmente “El Padre” (The Father), es una película de hondo dramatismo. Encara la vejez desde un costado también amargo: la pérdida de memoria en una persona que no tiene otros desgastes visibles.

Anthony Hopkins, sobrio e impecable, como siempre, compuso al padre de esta historia. Sin desbordes, logra una actuación de antología, aun corriendo los riesgos propios de encarnar a alguien de su edad, con variadas referencias a su vida personal. De hecho, en una escena, el personaje, que se llama Anthony, dice su fecha de nacimiento, la misma del propio Hopkins.

El experimentado actor tiene escenas que son de una pureza y calidad notables, y logra mantener un estilo contenido durante todo el filme. Su máscara se desarma únicamente, al final, cuando se ve solo, y entre llantos busca refugio en (el recuerdo de) su madre.

Universo dramático

Toda la película gira en torno a la debilidad mental del personaje. Lo que sucede, acontece en la mente de Anthony. La confusión que se representa no hace más que exteriorizar las dificultades que la senilidad provoca. La relación de dependencia hacia su hija es el más claro síntoma de orfandad en que se ve envuelto. El rechazo persistente y permanente a la ayuda externa, sea asistente o médico, fruto de su inseguridad, lo muestra con la mayor impotencia. El galimatías cotidiano al que es sometido, expone su deterioro y dependencia con mayor crudeza.

La hija, Anne, es interpretada magníficamente por Olivia Colman. Debe mantener la compostura ante la acometida que, permanentemente, impulsa Anthony por mantener la situación. Él considera eso como normal, pero la somete sistemáticamente a manipulaciones y a una continua dependencia.

Es claro que es una decisión que resulta muy difícil, y de carácter personalísimo. No siempre el camino se ve claro y definido. Lo que puede aparecer como abandono, puede ser entendido como acciones en defensa propia. Como en otros tantos casos, las miradas ajenas no son las más adecuadas para entender cada situación y cada relación.

Florian Zeller, autor también del guión, consigue una obra en la que se transmite sentimientos sin caer en sensiblerías. Se pone en relieve la decadencia y su dificultad para encararla, pero se exterioriza la humanidad por sobre todas las cosas.

Los ambientes del departamento, cálidos y acogedores, son adecuadamente fotografiados, y la música y los demás efectos técnicos se suman a la ejecución de una pieza de orfebre, que muestra con claridad su origen teatral con un ritmo consistente y logrado.

La vejez es un tiempo al que siempre consideramos lejano. Sin embargo, estas tres películas nos impulsan a meditar sobre una etapa que, gracias a los avances científicos, se vislumbra más extensa, y exige una consideración que elimine la imprecación de la senectud.

 

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