Además de jugador de fútbol y capitán de la Selección Argentina, Lionel Messi se animó a contradecir lo que parecía un mandato de los dioses. Así, a pura porfía, sobreponiéndose ante cada dificultad, se constituyó como un héroe venerado por los fanáticos de su país y del mundo.
Alejo Román Paris / [email protected]
Sin dudas, el domingo 18 de diciembre de 2022 habrá quedado inmortalizado dentro del libro de hazañas deportivas argentinas. Es justo decir que la tercera Copa del Mundo ganada por la selección de fútbol de varones de nuestro país escribe un nuevo capítulo de gloria deportiva.
A propósito de conexiones posibles, el premio Nobel de literatura Albert Camus (1913-1960) supo esbozar una correspondencia entre el fútbol y la filosofía existencialista que lo desvelaba, y que desde su punto de vista lleva a este juego un poco más allá de lo estrictamente deportivo.
No fue el único. El escritor uruguayo Eduardo Galeano retoma en uno de sus textos la hipótesis de que el fútbol pudiera ser una metáfora vital. “Aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida”, dijo Galeano al citar a Camus, en un pasaje de El fútbol a sol y a sombra. Como es sabido, el filósofo argelino había sido criado en condiciones de pobreza estructural. En esa misma pieza, Galeano narra que Albert Camus era arquero cuando estudiaba en la universidad de Argel. Se había acostumbrado a jugar en esa posición desde chico porque su abuela le revisaba la suela de los zapatos cuando regresaba a su casa, y le propinaba una paliza si las encontraba gastadas. El origen pobre de Camus lo llevó a atajar, sencillamente, porque no había dinero para zapatos nuevos. Como patear una pelota era un lujo que él no podía darse, agudizó su mirada desde la soledad del arco. Entonces el arquero se hizo filósofo y reflexionó sobre la existencia y sobre el absurdo, que para él básicamente son lo mismo.
En su libro El mito de Sísifo, Camus sostiene que la existencia humana reproduce una dinámica tan absurda como la del relato mitológico. Y lo fundamenta. En la mitología griega, Sísifo fue un hombre condenado por Zeus a cargar una piedra hasta lo alto de una montaña, con el solo fin de dejarla caer para luego volverla a cargar. Así lo haría, por toda la eternidad. La analogía de Camus plantea que reproducimos cierta dinámica absurda en las rutinas cotidianas, acaso porque sospechamos que la vida no tiene otro sentido. Dado que el filósofo no tiene en cuenta al suicidio como posibilidad, la única alternativa que queda es la hidalguía de Sísifo: entregarse al absurdo y continuar el viaje.
Allí, dice Camus, es cuando Sísifo se convierte en un héroe absurdo. Porque, aun siendo consciente del sinsentido, el protagonista no claudica. Es esa misma rebeldía del héroe la que ofrece un sentido a su existencia: contra toda eventual evidencia, la vida merece ser vivida.
De igual manera, la carrera de Lionel Messi con la selección argentina parece una representación alegórica del mito de Sísifo y de la filosofía del absurdo de Albert Camus: estaba condenado a intentar romper el maleficio del fracaso una y otra vez. Como si fuese un camello en medio del desierto, Messi soportó el peso de dos jorobas. Por un lado, la de su historia deportiva fuera de la selección, en la que parecía que un doble suyo ganaba todo lo que jugaba. Por el otro, la inmaculada imagen de Diego Armando Maradona, irrefutablemente inmortalizado en el panteón de héroes argentinos y del fútbol mundial.
Así es que, desde la perspectiva de Camus, podemos asociar la falta de éxitos de Messi con la camiseta de la selección y su empecinamiento por intentarlo una y otra vez con la testarudez de Sísifo ante la roca. Para el rosarino parecía no haber otra alternativa que desafiar las leyes de lo que se presentaba como evidente, e intentarlo de nuevo. Al igual que en el mito griego, Messi prefería la rebeldía.
El viaje del héroe
Hay otra forma de asomarnos al fenómeno Messi. Para el mitólogo y escritor estadounidense Joseph Campbell, el viaje del héroe es un mito que conforma la raíz de todos los relatos. De manera arquetípica, cada historia podría explicarse a través de las diferentes etapas que constituyen este hipotético itinerario. Así lo indica Campbell en su libro El héroe de las mil caras.
En efecto, al revisar la carrera de Lionel Messi, podemos comprobarlo. Sus orígenes en Rosario, el exilio en Barcelona, los encuentros con sus mentores, las primeras consagraciones, sus aliados y sus enemigos. Sin embargo, en todo el trayecto los mayores obstáculos aparecieron durante su permanencia en la selección argentina. Allí fue cuando al héroe le tocó vivir el calvario de la ignominia. El relato futbolero sabe bien de referencias alegóricas y divinas, como la mutación de la expresión Dios a la alusión maradoniana encriptada en “D10S”.
Como parte de la misma cultura, Messi fue bautizado como el mesías. Sin embargo, como Pedro con Cristo, el fútbol le negó a Messi tres veces la gloria, en tres finales seguidas: la Copa del Mundo Brasil 2014, y las copas América Chile 2015 y Estados Unidos 2016.
El héroe experimentó la crueldad de su propio suplicio, y eso le bastó. “Esto no es para mí”, dijo Lionel Messi en aquella ocasión, y renunció a la selección. Pero, como en el mito fundante, Messi tendría su retorno y llegaría la recompensa: la Copa América 2021, contra Brasil, de visitante, y en un estadio mitificado por el Maracanazo de Uruguay en 1950. Aquel episodio del años pasado podría haber sido imaginado como el definitivo, pero en el relato del héroe todavía faltaba un capítulo más.
Fin del viaje
En el Mundial de Qatar, Messi pregonó la ilusión. “Que la gente confíe”, pidió luego del traspié en el debut con Arabia Saudita. Confianza, esperanza y fe: la palabra de Messi convirtió el capricho alegórico del relato futbolero en una expresión objetiva. Fue como si él supiese que las dos sílabas de la fe que pregonaba eran el principio de la felicidad, Messi repitió aquella frase varias veces más. Pero no sería sencillo. Conforme a la rebeldía del héroe a la que se refiriera Camus, Messi también tuvo que rebelarse ante el guionista de su destino.
La final de Qatar 2022 no fue una excepción en su periplo enrevesado, sino el punto de éxtasis del sadismo. El último tramo del recorrido parecía escribirse con la justicia que no había existido antes. Argentina se encontró ganando 2 a 0 en 36 minutos del primer tiempo. “Dios en el cielo, Maradona; Messi en la tierra, Lionel; y Ángel, Ángel Di María entre ellos para traer el mensaje de gol”, narraba el relator uruguayo Víctor Hugo Morales, ayudando a forjar el mito como Homero.
Pero a Messi se le iba a presentar otro escollo. Faltaban 12 minutos para el final del tiempo reglamentario, cuando Mbappé empató el partido. Entonces, el repentino drama no dejaba opciones: se agachaba la cabeza o se apelaba a la rebeldía heroica.
Como en un ejercicio literario de metaficción, donde los personajes son capaces de reclamarle al narrador, Messi volvió a exigir lo que es suyo. Con su pierna diestra, para que no queden dudas de la legitimidad del reclamo, el zurdísimo astro convirtió el 3-2 para que Argentina alcanzara nuevamente la cima. Solo faltaban 10 minutos para que se termine el tiempo suplementario. Sin embargo, por más legítimo que fuera, el destino castigó la insurrección con la pena máxima. Otra vez Mbappé -como un sicario del guionista- puso el empate.
Y había más, porque el destino quiso reír último. Francia tuvo el tiro de gracia en el pie de Kolo Muani. Pero fue el Dibu Martínez quien desdibujó la mueca de perversión con una atajada providencial; no solo en la última jugada del tiempo suplementario, también en los penales.
Así, al final del viaje, la rebeldía del héroe le ganó a la lógica. Para levantar la Copa del Mundo, Lionel Messi tuvo que derrotar la porfía de su propio libreto. Le ganó por insistencia. Volvió para demostrarle a quienes lo tenían como ídolo que rendirse nunca es una opción. Ni en el fútbol ni en la vida.
“Para levantar la Copa del Mundo, Lionel Messi tuvo que derrotar la porfía de su propio libreto”.
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