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Psicoanálisis: El problema de la felicidad

COLABORACIÓN / Norberto Miguel Velazquez (*)

Especial para El Diario

 

¿Qué es lo que los seres humanos mismos dejan discernir por su conducta, como fin y propósito de su vida? ¿Qué es lo que exigen de ella, lo que en ella quieren alcanzar? No es difícil acertar con la respuesta: quieren alcanzar la dicha, conseguir la felicidad y mantenerla. Sigmund Freud. El malestar en la cultura.

 

¿Qué podemos decir de la felicidad? ¿Qué implicaría ser feliz? La pregunta no deja de tener consecuencias éticas y clínicas, ya que la felicidad solo puede ser abordada dialécticamente. Esto quiere decir que no podemos dejar de pensar el problema, – porque ser feliz es un problema -, desde su contrario: la infelicidad, es decir la negación de la primera.

Hoy por hoy, ser feliz aparece como un imperativo. De hecho existen técnicas para ser feliz o conseguir la armonía justa, seminarios de prestigiosos entendidos en el tema y no en menor medida, los grandes avances de la medicina relacionados con las cirugías estéticas. Porque pareciera que tener un poquito menos de grasa abdominal solucionaría gran parte del malestar estético, o bien la vida sería mucho más fácil con el busto más grande. Claro, si todo eso no alcanza, están los antidepresivos. Incluso el uso de la marihuana funciona como un antidepresivo para muchos pacientes. Por ende, quedémonos tranquilos. Vamos a dejar de sufrir.

Más allá de la varieté sobre el tema, el problema de la felicidad no dejó de interesar a muchos pensadores. Para Aristóteles la felicidad tenía que ver con el justo medio, para el cristianismo la felicidad estaba después de la muerte, en la medida en que este mundo es un martirio constante. Nietzsche critica esto. Dice en gran medida que el germen de esta idea está en Platón. Por eso Nietzsche es el filósofo que enseña a amar la vida en el aquí y ahora, despreocupándose de la existencia de algún Dios misericordioso, o una vida post mortem que sería el justificativo de todas estas miserias cotidianas.

Y hoy por hoy podemos decir que la felicidad es una cuestión de estado. “Todo ciudadano tiene derecho a ser feliz” pero como no podemos delimitar que implica ser feliz, o que todos seamos felices, ¿qué es lo que hace esta época moderna? Crea objetos. Y objetos tan necesarios para ser felices o para alcanzar cierta completud, y que se venden hasta en cuotas. Por lo que el problema o la solución del mismo, estaría saldada. Esta es una de las características de esta época y en ello radica el aspecto imaginario de la felicidad: se es feliz si se logra poseer determinados objetos.

Otro de los problemas de la felicidad tiene que ver con el otro, con mi semejante. Si articulamos este problema desde lo imaginario, imaginamos que el otro es feliz y esto es un problema. ¿Por qué? Porque el otro tiene lo que yo no tengo, y por ello puedo sentir la urgencia de resolver el problema de mi felicidad. La felicidad entonces se vuelve urgente. Y es una urgencia que tiene que ver con socavar de todas formas el malestar.

Desde el psicoanálisis este problema tiene que ver con una urgencia de defenderse ante lo real. Las neurosis son en gran medida una defensa contra ello. Esto quiere decir, que siempre, por algún lugar, o por la vacuidad de los objetos, algo se filtra. Siempre hay algo que no termina de dar en el clavo.

Los seres humanos quieren alcanzar la dicha, conseguir la felicidad y mantenerla.

Retomemos algunas puntualizaciones de Freud en el “Malestar en la cultura”, ya que ahí está implícita esta antinomia que pone en juego la paradoja de la supuesta felicidad. Antinomia que plantea que el hombre busca la felicidad, lo cual implica el punto justo donde la ausencia de sufrimiento es concreta, y a su vez, la experiencia de placer y de satisfacción plena. Que en cierta medida está arraigada a lo sexual, y que gracias a Lacan sabemos que en lo sexual el encuentro es fallido. Por eso la relación que dos cuerpos puedan establecer está mediada por el síntoma, y de ahí este invento maravilloso que es el amor.

Freud lo que quiere decir es que cada civilización encuentra de alguna manera los medios para alcanzar la satisfacción, o para evitar el sufrimiento. Y con esto está bueno señalar que no es “la satisfacción”, sino que cada quien se las arregla con su goce.

En gran medida la tesis freudiana da cuenta de que la cultura intenta domesticar la pulsión, y que, en el intento de hacerlo, es decir de controlar la pulsión, fracasa, generando otra forma de malestar. Entonces, si la cultura es el intento, porque es un intento nada más, de dar una respuesta a cierto malestar, podríamos decir la antítesis de la felicidad, en esa empresa fracasa, y genera otra forma de malestar que es sintomática. En esta línea, decir que cada época tiene su síntoma, no sería del todo errado.

La pregunta es si efectivamente la cultura ¿está programada para realizar el programa del principio del placer? Y la respuesta de Freud es que no. Teníamos la esperanza y el optimismo de que la cultura, en el desarrollo de la ciencia y los avances sociológicos, tecnológicos, permitieran alcanzar la meta de la felicidad, o nos protegieran del sufrimiento, etc. Y lo que Freud encuentra es que a mayor desarrollo de la cultura mayor es el malestar. Este malestar es un síntoma.

Atento a ello, el psicoanálisis aparece como una de las alternativas para interrogarnos sobre aquello que nos genera malestar. Advirtiendo que la felicidad no está al alcance de la mano, sino que implica un trabajo interno. Este proceso tiene como meta la realización del deseo. Ese impulso por vivir que nos permite encontrar un sentido y hacernos un lugar en el mundo que nos rodea. Solo y a través del deseo, se puede encontrar, o lograr, cierto margen de felicidad.

 

(*) Psicólogo.

 

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