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Rebelión en el laboratorio

En su libro Rebelión en el laboratorio, en el cual presenta los retos que debieron afrontar diez mujeres argentinas que decidieron dedicarse a la ciencia, Nora Bär advierte que el campo científico todavía tiene “muy naturalizado el patriarcado”.

La periodista científica Nora Bär reconstruye, en Rebelión en el laboratorio, los retos que debieron afrontar diez mujeres argentinas que decidieron dedicarse a la ciencia, a la que aportaron hallazgos notables para la investigación en áreas como los relojes biológicos o las secuencias aleatorias en informática, a pesar de los prejuicios y dificultades relativos a la desigualdad de género.
Un solo dato puede ser contundente para ilustrar un cuadro de situación que data de siglos y persiste en su potencia pese a los cambios sociales que comienzan a horadar las coordenadas de poder al calor de la notoriedad alcanzada por las reinvidicaciones feministas: entre los nueve científicos distinguidos en 2019 con el Premio Houssay -el más importante que entrega el sistema científico argentino- una sola fue mujer, pese a que en el CONICET durante el año precedente se desempeñaron en tareas de investigación 5.687 mujeres, un número que supera en 700 a la nómina de varones.
La cifra que inaugura la investigación de Bär -abocada al periodismo científico desde hace cuarenta años y distinguida con el Premio Konex de Platino en 2017- confirma que aunque el ámbito de la ciencia está asociado con el progreso y la innovación, su sistema de trabajo y de ponderación de los logros reproduce las mismas desigualdades de género que otros campos sociales.
Lejos de posicionarse en un registro quejumbroso, Rebelión en el laboratorio – publicado por Planeta- da cuenta del recorrido vital y profesional de diez mujeres destacadas en disciplinas como la biología, la astronomía o la física que se animaron a romper el “techo de cristal” -la imposibilidad de ascender en sus carreras- para trabajar en hipótesis y desarrollos que en muchos casos devinieron hallazgos de importancia mundial.

CLIMA DE ÉPOCA

-¿En qué medida el libro está disparado por un clima de época en el que cada vez se hacen más fuertes la demandas por la equidad de género y las denuncias por los abusos o inequidades?

– Desde siempre, los investigadores e investigadoras, y el sistema científico como un todo está absolutamente atravesado por la cultura de su época. Si siempre hubo mujeres únicas que se las arreglaron para hacer aportes importantes en lo que hoy llamaríamos ciencia, fue en las últimas décadas cuando toda una generación ingresó masivamente a lo que se conoce como ciencias duras: matemática, astronomía, física, un territorio que parecía reservado exclusivamente para los hombres, a los que se les atribuía la capacidad de “pensamiento simbólico”, como si las mujeres no pudieran ejercerlo.

– Las mujeres que se han destacado en ciencia asumen que su posición fue más beneficiosa que la de sus predecesores, dado que ellas al menos no se vieron confrontadas a la encrucijada de elegir entre la maternidad y la profesión. ¿Las nuevas generaciones continúan en esta línea que se podría resumir en “no tienen que optar pero tampoco la tienen fácil” o ya se vislumbra un nuevo paradigma?

– Creo que todos estamos cambiando: las mujeres y los hombres. De hecho, varias de ellas reconocen que pudieron avanzar gracias a la ayuda de sus parejas o maridos, que se hicieron cargo de los chicos cuando viajaban o tenían que trabajar en horario extendido. Pero es cierto: todavía las mujeres no la tenemos fácil a la hora de dedicarnos a una profesión o de asumir puestos de liderazgo. Y parte de eso se da porque en el campo científico también todavía tenemos muy naturalizado el patriarcado.

AUTOSABOTAJE

– Uno de los datos que se menciona en el libro da cuenta de que los estudios farmacológicos continúan haciéndose con varones, lo que impide medir qué impacto tienen ciertas drogas en la población femenina. ¿El sesgo machista de la sociedad llega a tener efectos colaterales adversos sobre las conclusiones científicas?

– Sí, de hecho ese es un caso muy estudiado, pero hay otros. Por ejemplo, los speakers en conferencias internacionales suelen ser en su mayoría hombres. Y no porque las mujeres no desarrollen trabajos de la misma calidad, simplemente, ellos son más visibles. Muchas de las barreras no son explícitas, sino que se ejercen desde la red de relaciones que se traban, las preferencias para contratar o incorporar investigadores a los equipos, y a veces son tan determinantes para avanzar en la ciencia como los papers.

– El libro marca también que a veces la discriminación no llega del universo masculino sino que es reproducida también por las propias mujeres…

– Sin duda, las más jóvenes tienen todo esto mucho más claro que las más adultas. La astrónoma Gloria Dubner dice con una sonrisa lo que nos pasa a muchas: esta es la revolución de las hijas, son ellas las que están liderando el camino. Una de las investigadoras entrevistadas me decía, por ejemplo, que entre las que más la “saboteaban” cuando tenía que viajar por varias semanas al extranjero no estaban ni el marido ni los abuelos, sino la maestra de su hijo. Ella le decía: “Pobrecito, ¿de nuevo tu mamá te dejó solito?”. Hoy hay señales de que todo eso está cambiando. Al menos en el plano individual. Lo que se necesitaría son cambios institucionales, que no hagan recaer la opción por la equidad en una decisión personal, sino que esté instituida por las normativas que rigen la vida del sistema y de las instituciones.

La autora

Nora Lía Bär (Banfield –Buenos Aires- 18 de diciembre de 1951) es una periodista científica, editora y columnista argentina, pionera del periodismo científico en su país. Integra la Red Argentina de Periodismo Científico, de la cual fue presidenta.
Tres veces (1997, 2007, 2017) fue distinguida con el Diploma al mérito de la Fundación Konex (Comunicación – Periodismo científico). En 2017 recibió el Premio Konex de platino de esta categoría.
Se le otorgó el Premio De la Ciencia a la Filosofía, de periodismo científico, otorgado por el Instituto de Filosofía de la Universidad Austral.
En 2002 ingresó a la Academia Nacional de Periodismo, donde ocupa el sillón Ada María Eflein.

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