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Skliar, el que es escribe contra el miedo a olvidar

El reconocido investigador Carlos Skliar es también escritor de ficciones y lo deja en claro en “Los mares de la infancia”, un libro de relatos breves que acaba de publicar la Editorial Fundación La Hendija. En esta entrevista con EL DIARIO, el autor recorre la microfísica de las historias y comparte aspectos de su producción literaria.

Víctor Fleitas / [email protected]

No tiene aún fecha de presentación el libro “Los mares de la infancia”, aunque en virtud de los acontecimientos no sería extraño que el acto deba producirse bajo la mediación de las tecnologías digitales de comunicación. De todos modos, el material está disponible y de hecho ya ha comenzado a circular.

Dado que este tiempo de encierro y confinamiento puede ser invertido en el arte de dejarse llevar por la habilidad narrativa de los escritores, es provechoso asomarse al pensamiento y los sentimientos del autor de esta treintena de relatos.

Carlos Skliar es un nombre propio dentro del campo de la educación, con una trayectoria como docente, disertante e investigador y una producción académica que puede repasarse en la web. Atendió con diligencia la solicitud de EL DIARIO. Lo que sigue es el resultado de los intercambios.

–¿Cómo fue el proceso de producción de estos relatos?

–Soy un lector tardío que escribe rabiosamente y reescribe con más furia todavía, en principio sin prever la forma que tomará la escritura. Todo depende de la respiración de los textos y de lo que deseo contar en un cierto momento. En este libro la forma de relato es una suerte de homenaje a mi padre, ya fallecido. En su juventud él escribía crónicas periodísticas y cuentos, y la vida no fue muy amable con su voluntad de ser escritor. Quise poner en juego una memoria compartida, la voluntad de conversar con él aunque ya no estuviera, de seguir estando juntos por medio de la literatura.

“Los mares de la infancia”, un libro de relatos breves que acaba de publicar la Editorial Fundación La Hendija.

–¿Hay alguna técnica a la que responda, una especie de protocolo?

–Había escrito y reescrito varias veces una suerte de diario hacia “hacia atrás”, reconstruyendo algunas señales que el tiempo me dejó como marcas que, creo, crearon parte de mi vida: la primera salida al mar, las primeras mentiras, el vendedor a domicilio, el primer amor, el terror de la dictadura militar, las lecturas de mi padre que luego fueran mías, la relación con los libros, las pérdidas de memoria, y algunas raras virtudes.

Este es mi humilde procedimiento, aunque sin ninguna pretensión de técnica: algo me toma de sorpresa y ya no puedo desprenderme; puede ser un tema, un conjunto de percepciones, un problema que acecha, incógnitas existenciales que no se me quitan del cuerpo. A partir de ello permanezco todo el tiempo posible dentro de esa madeja y la turbulencia de la escritura se agolpa en cantidades incontables de páginas hasta que siento de verdad, y lo siento siempre, “que hay algo allí” que ha encontrado una forma.

–La primera versión…

–A partir de ese encuentro último, todo pasa por el tamiz de la reescritura. Como si solo encontrase en el último aliento el modo en que quisiera que todo lo anterior fuera escrito.

ECUACIONES

–¿Fueron producidos en una misma unidad de tiempo, producto de un concentrado ejercicio de memoria o los ha ido escribiendo en distintos momentos?

–El proceso total me llevó tres años, al comienzo todo indicaba que se trataría de un manifiesto literario sobre la fragilidad de lo humano en general pero, poco a poco, comencé a encontrar cierta proximidad con recuerdos de algún modo míos. Nunca se sabe cuánto la memoria es propia o compartida, en qué medida es singular o plural. Pero siempre hay interrupciones cuando de escribir por escribir se trata, porque en estos casos y en otros recientes (como los de No tienen prisa las palabras y Hablar con desconocidos, micro-relatos publicados por Candaya en Barcelona) no escribo para hacer un libro sino para hacer presente algo significativo por miedo al olvido. El libro siempre ocurre después, es una consecuencia posible o imposible.

–¿Qué cree que los reúne?

–Lo que reúne los textos “Mares de la infancia” es en cierto modo el deseo por mostrar nuestras fragilidades en las edades más extremas de la vida, y de hacerlo bajo un modo agitado y condensado en su desarrollo e imprevisible hacia el final, sin imposturas. Como se sugiere en su contra-tapa: hay aquí niñas y niños que no quieren ser interrumpidos en su infancia e insisten en ver el mundo como un claroscuro apasionante; adultos titubeantes que equivocan sus rápidas apreciaciones y naufragan en sus torpes justificaciones; ancianas y ancianos que persiguen la quimera de un instante más para sus vidas.

–¿Por qué quedaron estos 33 relatos? ¿Cómo operó la selección y el ordenamiento?

–Siempre hay lectores amables alrededor, amistades o cofradías que leen algunos relatos y que van comentando al paso, como sin querer. Tengo la obsesión de registrar mucho los apuntes fraternos, los verdaderos, los honestos, los transparentes.

Me ha servido mucho a lo largo de la vida tener esos vínculos de profunda sinceridad en los que son bienvenidas más las negaciones que las complacencias. No había reparado en el número total, pues había más y en la última elección antes de entrar a imprenta siempre procedo con un criterio de vergüenza ajena, de lo que me resultaría difícil de leer en otros y lo hago carne propia. Las ediciones finales son, para mí, siempre profundas decisiones restrictivas.

SOMBRAS REPARADORAS


–¿Advierte alguna influencia específica en sus relatos cuando los analiza desde cierta equidistancia?

–No había tenido un contacto demasiado profundo ni cotidiano con el género de relatos hasta que emprendí esta escritura, también inédita en mí. Soy un lector más asiduo de poesía, novelas y ensayos. Pero de a poco fui entrando en el género, muy impactado con novelas breves, crónicas y cuentística en general.

Las influencias son muy variadas y quizá no del todo explícitas, pero reconozco haber sido acompañado por la escritura, sin que el resultado indique ningún parentesco a ese respecto, por algunos libros de Carson McCullers, Eudora Welty, Etgart Keret y Stig Dagerman.

–Cuando mira los relatos a trasluz, ¿siente que pueden establecerse diálogos con su producción académica o se trata de una discursividad y unas problemáticas completamente nuevas?

–Yo puedo hacer ese puente, sí, sin ninguna dificultad y sin ningún remordimiento. No deseo la infección del lenguaje o su monotonía. Las palabras-clave en mis últimos libros son casi siempre las mismas: infancia, fragilidad, niñez y ancianidad, estar-juntos, la humillación, la hipocresía, cierta forma de ternura. Mi posición es siempre la de un educador que lee y escribe. Por supuesto que son equivalentes la producción académica y la literaria, pero sigo siendo partidario, desde hace mucho tiempo, de una mezcla en las bibliotecas, de una confusión lectora entre la filosofía, la literatura, la educación. En cierto modo es esta también la formación que deseo para los educadores, la elaboración de una artesanía del enseñar.

El proceso de la edición

–¿Cómo ha vivido el proceso de edición del libro? ¿Qué opina de su libro en tanto objeto?

–Lo viví con mucha serenidad y mucho afecto. Los editores de la Fundación La Hendija trabajaron de un modo muy delicado en este libro, prestando mucha atención a su contenido y a sus matices; de hecho, forman parte de esa cofradía a la que me referí un poco antes.

Además, la artista que realizó la obra de la portada (Geraldine Schroeder) tuvo la delicadeza de leer el original y encontrar la forma para que los lectores comiencen con una cierta suavidad, sin precauciones. Y no creo que sea menor la correspondencia entre tipo de escritura y tipo de producción editorial: después de todo un libro es un artefacto que comienza por cualquier parte y no se sabe cuándo terminará.

 

 

 

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