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Querer ocultar la violencia es el atajo más riesgoso

A raíz del asesinato de Fernando Báez Sosa ocasionado por ocho jugadores de un club de Buenos Aires, el rugby argentino transita una etapa que intenta erradicar la violencia y producir cambios en la conducta de todas las personas que forman parte de este deporte.

 

Kevin Rivero

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El caso de Fernando Báez Sosa -un estudiante de Abogacía de diecinueve años de edad que fue asesinado brutalmente por ocho varones a la salida de un boliche en Villa Gesell, el 18 de enero de 2020- no fue, sin dudas, un episodio luctuoso más que podría haberse sumado a la larga lista que se extiende diariamente. Este asesinato tomó un gran interés en la opinión pública por la saña y el salvajismo con el que fue realizado y, quizás, no tanto por las características de la víctima, pero sí por las de sus victimarios. Una vez más, fueron jugadores de un club de rugby – el Club Náutico Arsenal de Zárate-, los que protagonizaron un acontecimiento de violencia.

El hecho tomó relevancia a nivel nacional y trascendió fronteras. Los “rugbiers”, catalogados como chicos “bien”, que pertenecen a una alta clase social -eximiendo que el deporte como tal puede ser practicado por cualquier persona – volvieron a estar en el foco de las críticas de diferentes sectores de la comunidad.

Como en tantas ocasiones, el rugby argentino debió enfrentar una conflictiva situación para defender los valores, el honor y los intereses del deporte, y esto provocó una división de posturas. Por un lado, una parte del rugby apeló al mecanismo de la negación: el rugby es bueno y las personas que lo practican son buenas. Esos ocho son asesinos que nada tienen que ver con el mundo del rugby. Sí, la misma postura que adoptaron casi siempre cuando ocurrieron desmanes similares, como sucedió en la ciudad de Paraná cuando en 2001 una patota de jugadores de entre 15 y 19 años atacó a dos grupos de jóvenes en la madrugada de Año Nuevo; cuando en 2005 hubo una denuncia de violación de parte de nueve jugadores; o en 2011 cuando trascendió que un jugador de un plantel superior agredió a una joven de 20 años en un boliche.

Pero, por otra parte, están aquellos que, de alguna u otra manera, “asumieron la responsabilidad” o se hicieron cargo de convivir en este contexto naturalizado y, con el objetivo de revertir esta problemática, visibilizan los distintos matices que pueden desencadenar estos conflictos.

Hacia una transformación

En búsqueda de soluciones y envueltos en una presión social y mediática, los protagonistas del rugby argentino rápidamente tomaron cartas en el asunto. El 19 de junio de 2020, seis meses después del hecho ocurrido en Villa Gesell, la Unión Argentina de Rugby dio a conocer “Rugby 2030, hacia una nueva cultura”, un programa que tiene como objetivo reconocer, responsabilizar y resolver la conflictividad relacionada con el rugby en Argentina, buscando crear una nueva cultura acorde a nuestros tiempos, reduciendo la violencia en todos sus aspectos. La iniciativa abarca 24 módulos que se implementaron durante dos años y que involucran a todas las partes de este deporte: directivos, entrenadores, jugadores, familias, uniones y clubes.

En el lanzamiento, la entidad máxima del rugby argentino destacó que “el inicio de este programa surgió como resultado de un trabajo que inició la UAR a comienzos de 2020 en la búsqueda de que los clubes sean una herramienta fundamental a la hora de abordar los conflictos, especialmente entre los jóvenes y contribuir a erradicar la violencia de la comunidad del rugby. En febrero, se constituyó una comisión permanente dedicada a trabajar el tema, se realizaron reuniones con la Secretaría de Deportes de la Nación, sponsors, medios de comunicación, otras federaciones deportivas y distintos actores intervinientes hasta concretar Rugby 2030”.

Con el objetivo de conocer más profundamente las tareas que se llevaron a cabo en este programa durante estos tres años, EL DIARIO intentó contactar a los dirigentes de la Unión Entrerriana de Rugby, pero los mandatarios optaron por el silencio. Según sus testimonios, esta posición fue tomada a raíz de un pedido exclusivo de la UAR de no realizar declaraciones a los medios de comunicación sobre este asunto.

Sin embargo, EL DIARIO logró comunicarse con Emilio Fouces, presidente del Club Atlético Estudiantes de Paraná, una de las instituciones más importantes de la provincia y la región del Litoral. En una breve comunicación telefónica, fue claro y contundente. “En el club, trabajamos desde siempre en la formación de los jóvenes en su faz humana y social y lógicamente que este hecho ha sido un disparador para graficar ante nuestros jóvenes, qué es lo que combatimos desde el club. Hicimos una gran autocrítica, y lo hacemos permanentemente y ante cualquier hecho de violencia en que intervengan jóvenes; independientemente de si concurren a algún club y al deporte que practiquen. La violencia e intolerancia están cada vez más instaladas en la sociedad y en todos los estamentos etarios y sociales. Este caso es una consecuencia de todo eso y, para mí, trasciende totalmente al deporte y a los clubes”, manifestó el titular del CAE.

En estos 36 meses que quedaron atrás, además de las capacitaciones que brinda la máxima entidad que rige el rugby nacional, en algunas ciudades de Entre Ríos se llevaron a cabo talleres con capacitaciones a delegados de clubes en temas de género y convivencia para reconocer que el problema está vigente.

No ocultar

Mariano Elías Jauregui, es psicólogo, psicoanalista, ex jugador y entrenador de rugby. Fue miembro del staff del Seleccionado de Desarrollo de la Unión de Rugby de Entre Ríos, miembro del staff del plantel superior del Club Atlético Estudiantes y entrenador de divisiones inferiores. Con una vasta trayectoria que le permitió conocer detalladamente los procesos de formación desde jugadores que integraron el seleccionado nacional Los Pumas y muchos otros que pasaron por instancias selectivas previas, es uno de los encargados de desarrollar las capacitaciones.

“Lamentablemente hay una divisoria de aguas entre aquellos que generalizan y se enfocan en los rugbiers, cargando así la responsabilidad al deporte; y quienes dicen que el rugby no enseña ni promueve matar. Así se ha simplificado el debate”, dijo, y continuó. “Se opina sobre el tema quitándole la complejidad que tiene y reduciendo el análisis a algunos elementos que componen el asunto. Por ejemplo: pensar que el rugby no promueve la violencia porque no enseña a matar, o a pegar. Como si la violencia solo se pudiera ejercer mediante una acción física; cuando es obvio que las palabras pueden generar un volumen de violencia simbólica mucho mayor, que se termina plasmando en situaciones extradeportivas. Entonces, querer hacer valer un argumento simple como decir que el rugby no es violento porque prohíbe golpear, termina encubriendo otras actitudes que son mucho más agresivas que un golpe”.

“Pero, este tema tan delicado seguramente terminará con cambios positivos. Y han sido expresas las acciones que inició la UER para visibilizar estos problemas. Así está siendo encarado, y debemos aprender del feminismo: una manera de resolver la violencia es haciéndola visible”, finalizó.

 

 

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