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Una ciudad radiografiada por crónicas de viajeros

Los viajeros de los siglos XVIII y XIX propagaron el vivo deseo de instruirse —e instruir— con la realidad frente a sus ojos. Viajar era mejorar lo propio a través del ejemplo ajeno; era conocer y filosofar.

 

Las barrancas, uno de los puntos distintivos que destacan todos los viajeros.

Roxana Pérez y Gisela Correa (*) / [email protected]

Sin filmadoras, ni cámaras fotográficas, ni celulares con cámara, la escritura descriptiva de los viajeros de los siglos XVIII y XIX alcanzó un nivel difícilmente imaginable hoy día por su sutileza y profundidad conceptual. Esos textos, sus libros, informes y comentarios terminaron cubriendo un enorme espectro de temas a través de una nueva forma de pararse ante el mundo y de contarlo.
Fueron muchos los ilustres visitantes que conocieron nuestra ciudad, y lo hicieron en momentos políticos y sociales diferentes. Sus testimonios acompañan el devenir histórico, algunas veces desde una perspectiva anecdótica, otras científicas, todo dependiendo de las causas de su arribo.
Uno de los primeros en llegar fue el francés Alcide D’Orbigny, en el año 1827. En su paso por aquí, no pudo eludir del relato la referencia a las altas barrancas que caracterizan nuestra costa. Se detuvo a examinarlas, destacando la presencia de materiales ferruginosos, arcilla, cal y yeso, que se exportaban para las construcciones en las ciudades más importantes de la época. Llegado al puerto, lo describe como “un hundimiento de la costa, defendido de los vientos del Sur por una barranca muy alta” y observa una veintena de barcos de distinto porte realizando actividades de carga y descarga de mercancías señalando que toda la actividad comercial queda comprendida entre la costa y la barranca.
En relación con los caminos, trazados sobre la pendiente, nos indica que conducen a la aduana y a la ciudad propiamente dicha. Recorriéndolos, en el trayecto encuentra troncos de árboles para la construcción, viejos barcos abandonados y pequeñas chozas donde se venden bebidas a los marineros. Le resulta notoria la presencia de extranjeros, especialmente italianos y franceses.
En sus relatos nos deja una deslucida postal de la capital provincial, con moradas mal construidas, en medio de las que se eleva la cúpula de un campanario bajo y poco elegante. Pone atención al poco apego a la limpieza de las calles y la ausencia de jardines en las casas. Las mujeres -dice- poseían la amabilidad de todas las americanas que había conocido, pero los varones, afectos a la vida más salvaje, eran de aspecto rústico, y faltos de cordialidad.

La ciudad de Paraná en 1865, fotografiada desde la iglesia San Miguel. Donación de Alberto Domínguez Berna.

Británicos
Años después, en una expedición científica, dedicada a recorrer y explorar el mundo, llegó a Paraná el naturalista inglés Charles Darwin; quien narra en su obra “Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo” la experiencia de haber estado en La Bajada. A diferencia del resto de los visitantes, no se detiene a analizar el aspecto social y político de la villa del Paraná, pero sí destaca sus recursos geológicos y naturales.
Tocó estas costas también, en tiempos de la gobernación del General Urquiza, el comerciante británico William Mac Cann, que obligado por el clima buscó albergue en la Aduana, expresando su asombro ante todo por la ausencia de hospederías u otros alojamientos para viajeros, como por la habitual costumbre de parar en casa de algún amigo o alquilar una habitación. Mac Cann repara en la precariedad de las construcciones que componen el ejido urbano y acota que eran frecuentes las sequías, la voracidad de las langostas; y las irregulares concesiones y apropiaciones de las tierras.
Hacia 1856, con el apoyo del gobierno nacional, visitó estas tierras otro naturalista: Germán Burmeister. “Se recrea la vista en el imponente aspecto que ofrecen sus casas y edificios principales”, escribe una hora antes de llegar, al reconocer la ciudad desde la embarcación. Su atención se detiene en la anchura majestuosa del río, la imponente barranca y la costa escarpada abierta en varios sitios por las caleras para recorrer luego la playa a la que describe en estado natural con una infraestructura para el desembarco un tanto precaria, aunque resalta la existencia de coches que llevaban pasajeros hasta el hospedaje.
La ciudad se extendía alrededor de la plaza central -observa- y circulando por ella se refiere al estado de las calles y aceras: “Aquí las veredas están cubiertas con lajas naturales o enladrilladas, pero las calles mismas sin pavimento…”. Nos ofrece luego otros datos que nos acercan a la imagen de nuestra ciudad a fines del Siglo XIX: Paraná cuenta con dos templos: la Iglesia de San Miguel y la Catedral bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario; y una pequeña capilla en el cementerio, en honor a La Santísima Trinidad.
Como construcciones notables menciona la nueva Casa de Gobierno, ubicada en el costado norte de la plaza, el Teatro, el Palacio particular del General Urquiza (actual edificio del Correo) y el Mercado nuevo (hoy, La Paz Shopping), que estaba siendo terminado. Eran edificaciones sencillas en las que predominaban el buen gusto y la solidez. A diferencia de lo vivido por otros visitantes, en su experiencia el trato social -según evidencia su texto- le proporcionó muchas horas de agradable esparcimiento.

Siempre se reparó en la buena ubicación del Puerto Viejo.

Cotidiano
Desde un punto de vista menos académico, Woodbine Hinchliff en 1861 aportó pintorescas descripciones respecto a la cotidianeidad paranaense. Accedió a la ciudad -no muy grande, en su apreciación-, por un camino zigzagueante. En el centro -contaba- está la plaza y los edificios públicos, varias tiendas y las iglesias. Las casas llaman la atención por su blancura. Verifica con asombro que en Paraná se encuentra muy arraigada la costumbre de dormir la siesta a causa de las altas temperaturas del mediodía que resultan “incompatibles con toda actividad y generalmente [los vecinos] cierran puertas y ventanas para dormir con sueño profundo por algunas horas”.
Entre coloridos comentarios, opiniones despectivas, descripciones complejas y detalladas, se puede destejer un interesante panorama de la realidad vivida en La Bajada, más allá de las historias oficiales o del folclore popular.
Según la historiadora entrerriana, Beatriz Bosch, las barrancas del Paraná son uno de los pocos lugares del país que han logrado atraer “un conjunto tan notable (…) de hombres de ciencia”. La Paraná de los siglos posteriores dista mucho de aquella descripta por los viajeros mencionados. El esplendor y las ansias de crecimiento asoman en la mentalidad y pujanza de sus habitantes, virtudes que pueden reflejarse en ciertas postales de su fisonomía actual.
El viajero de los siglos XVIII y XIX, se hunde, se funde, en el medio vital que recorre, de ahí la importancia de su relato, centrado no sólo en la percepción visual, sino en la percepción interior. Sus ojos nos dan las imágenes lejanas de nuestro propio ámbito.
En ese sentido, sin dudas, aquellos viajeros fueron parientes muy cercanos al perfil de los turistas contemporáneos.

(*) Profesoras de Historia e integran el Equipo del Proyecto de valoración patrimonial del Gabinete de Arqueología y Etnografía y la Red de Museos Pedagógicos de la FHACS de Uader.

Fuentes consultadas
BOSCH, B. “Historia de Entre Ríos (1520-1990)”; Plus Ultra; 2da. Ed.; Buenos Aires 1991.
D’ORBIGNY, A.; “Voyage dans l’Amérique Méridionale”; MC Editores, 1998: Buenos Aires.
MAC CANN, W.; “Viaje a caballo por las provincias argentinas”; Hyspamerica Ediciones; Buenos Aires: 1985.
BURMEISTER, G.; “Viaje por los estados del Plata con referencia especial a la constitución física y al estado de cultura de la República argentina realizado en los años 1857,1859 y 1860”; Buenos Aires.
HINCHLIFF, W.; “Viaje al Plata en 1861”; Editorial HACHETTE S. A.; Buenos Aires: 1955.
SOTO ROLAND, FERNANDO JORGE. Viajeros ilustrados. El grand tour, el siglo XVIII y el mundo catalogado. http://edhistorica.com/pdfs/VIAJEROS_Ilustrados_y_Romanticos_siglo_XVIII_XIX_.pdf

Al margen
Siempre es oportuno reflexionar sobre la ciudad. El desafío en este caso ha sido enriquecer una acción conjunta llevada adelante entre EL DIARIO y la Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales de la Uader. De esta experiencia participan docentes, alumnos e invitados, con la idea de poner en valor los bienes comunes y también repasar los asuntos pendientes. Para comentarios y contribuciones, comunicarse a [email protected], [email protected] y/o [email protected].

 

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