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La depresión, una afección más frecuente de lo que pensamos

Pese a todo el material disponible, la depresión sigue siendo un tema tabú. Es como si culturalmente no hubiera derecho a transitar por una depresión. Sin embargo, esta enfermedad está mucho más presente de lo que se piensa en niños, jóvenes, adultos y adultos mayores.

 

Valeria Robin

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Tanto en las redes sociales como en los medios de comunicación masivos, la atención de problemas relacionados a la salud mental ha ido ganando un terreno, que se manifiesta en la cantidad de contenidos y de especialistas que reparan en la manera en que las emociones y los pensamientos influyen en incluso en nuestra salud física. Sin embargo, es probable que esta información vinculada a padecimientos y trastornos psíquicos la estamos asimilando como un saber abstracto, como parte de una experiencia que le puede ocurrir a otros, pero no a nosotros ni a nadie cercano.

En efecto, la depresión es víctima de ese tabú, tan injustificado como frecuente en gran parte de la población. El prejuicio se aplica ante todo hacia las personas que la padecen, y por extensión termina empujándonos al encierro cuando empezamos a experimentar sus señales. Lo que debe indicarse ante todo es que la depresión es un padecimiento sumamente extendido, cuyas causas son múltiples, pueden presentarse en distintas etapas de la vida, aunque asuman distintas denominaciones, como tristeza profunda, frustración, ansiedad, angustia, desvalorización de uno mismo, falta de voluntad para afrontar la rutina y los nuevos proyectos, y un marcado pesimismo en relación a lo que pueda deparar el futuro.

La frecuencia con que la depresión hace su aparición justifica el diálogo que mantuvo EL DIARIO con el especialista Sergio Brodsky, integrante de la Red Provincial de Prevención del Suicidio, y referente de la ONG Lazos en Red.

Los vínculos que están atentos a la realidad del otro son de gran ayuda para prevenir la depresión. FOTO: Melina Londero.

–¿Cómo se manifiesta la depresión en las distintas etapas de la vida?

–La depresión va tomando distintas manifestaciones. En el caso de los niños se presenta bajo la forma de una profunda tristeza, un abandono de sí, eventos de autoagresión, irritabilidad, y conductas agresivas hacia sus pares. Pero la nota más clara es la tristeza y la desvalorización de sí.

Lo que sucede es que en general los niños con depresión están inmersos en entornos que en vez de contenerlos y fortalecer la autoestima les devuelven una imagen negativa de sí mismos, una imagen pobre y desvalorizada. También pueden vivir situaciones traumáticas o de pérdidas muy fuertes a nivel familiar.

–¿Y en la adolescencia?

–También hay un proceso de desvalorización, de tristeza, de soledad, de dolor, que está vinculado a experiencias traumáticas.

La depresión en jóvenes se manifiesta a través del asilamiento, de la soledad, de la dificultad para establecer relaciones sociales, para hacer compinches. Tengamos en cuenta que es una etapa caracterizada por la presencia de los amigos. Ese valor es clave en la construcción de la subjetividad del adolescente. Al revés, como la depresión suele limitar o dificultar las relaciones sociales, la persona puede entrar en un círculo vicioso que lo vaya llevando hacia un mayor estado depresivo.

Es frecuente que los adolescentes con depresión aparezcan involucrados en situaciones de bullying, aunque precisamos allí hacer una aclaración. El bullying como tal no es la primera causa de depresión, pero muchas veces por sentirse deprimidos los adolescentes son víctimas de bullying.

En retrospectiva

–¿Y en la adultez?

–La mediana edad suele ser la etapa en la que los proyectos se consolidan, de manera que no hacerlo según los cánones impuestos por la cultura puede generar situaciones de angustia, de frustración, que merecen ser trabajados. La incidencia de la expectativa de vida alcanza también a los que aparentemente concretaron sus proyectos. Es un período en el que puede presentarse un fuerte cuestionamiento existencial: la persona puede sentir que ha pasado su juventud y ve en el horizonte que asoman señales de vejez espejadas en la situación de sus padres. A eso se le pueden sumar distintas crisis en vínculos, el fallecimiento de un ser querido, o el sentimiento de no ser parte de un colectivo, lo que produce una sensación de orfandad, de desorientación, y de desasosiego, que si no es tramitada de manera saludable puede derivar en una depresión.

Sucede lo mismo con las crisis laborales, las relaciones de pareja, el crecimiento de los hijos, la vejez o muerte de los padres. Es diferente a lo que se presenta en la tercera edad

–¿Por qué?

–Para la etapa de madurez, propia de la tercera edad, la Psiquiatría aplica la noción de depresión involutiva. Emerge en un contexto de pérdidas con capacidad de provocar una depresión. Pensemos que la identidad de muchas personas está atravesada por su trabajo; entonces jubilarse puede provocar una crisis que se manifiesta en el cambio obligado de rutina y también a nivel simbólico. No es la única pérdida que se suele lamentar. Los cuerpos se transforman, se pierde cierta vitalidad, y si estos aspectos no se trabajan adecuadamente, pueden generar crisis que deriven en una depresión.

Un factor que suele provocar inquietud es la muerte de los coetáneos, de amigos y parientes, lo que les plantea a las personas un desafío que las lleva a buscar nuevos espacios y nuevos vínculos, diferentes a aquellos a los que se había acostumbrado.

También aparece el síndrome del nido vacío, que es cuando una pareja cuyo funcionamiento estuvo atravesado por la crianza de los hijos se encuentra de pronto con que la principal razón de ser del vínculo ya no está, porque se fueron de la casa.

La salud física y mental suele ser otro elemento a tener en cuenta. Es un hecho que la presencia de algunas enfermedades puede degastar el ánimo de las personas. Así, sumado a la pérdida del lugar de liderazgo familiar, social y profesional, cierto prejuicio contra el ocio productivo (que hace que las personas no se involucren en actividades distintas al trabajo), y el fallecimiento de familiares y amigos vaya conformando un estado que produzca depresión.

Creo que a esta altura de la entrevista es necesario insistir en un aspecto. Si bien en general la depresión incluye la tristeza y el desgano, se trata de un padecimiento mucho más profundo, más grave.

–Vale la pena detenerse allí.

–Me refiero a que la angustia, la melancolía o la falta de voluntad suelen ser respuestas habituales a determinadas circunstancias; es más, en ciertos casos experimentar esos sentimientos es sano y conveniente.

La depresión es un estado sostenido, no momentáneo, es decir, que para que sea patológica la frustración, la nostalgia, la pérdida, o el malestar, debe permanecer en el tiempo. Una crisis se puede tener por una situación puntual. Cuando se está en medio de una depresión es difícil identificar una única causa. Ese aspecto complejiza el cuadro tanto para la persona con depresión como para su entorno, e implica un desafío, que probablemente pueda afrontarse solo con ayuda de un profesional.

Muchas veces las exigencias laborales o profesionales no respetan los tiempos de elaboración que tienen ciertas personas y eso puede ir ayudando a constituir con el tiempo un escenario propicio para la aparición de la depresión. Les pasa a los grandes y también a los niños.

En efecto, por lo general se pretende que los niños rápidamente se adapten a situaciones difíciles, como la separación de los padres, la muerte de un ser querido o de una mascota. Lo aconsejable es que el chico pueda conectar con su tristeza, con su dolor, y que sea acompañado para elaborar la pérdida o lo que fuere.

Nuevamente, la recomendación es no cometer la torpeza de realizar diagnósticos a las apuradas; y, en todo caso, dejar que a ese proceso terapéutico lo guíe un profesional. Debo decir en ese sentido que la cultura del “soltar” no respeta los procesos del dolor y de la tristeza necesarios para transitar, elaborar, y superar las pérdidas. Da por sentado que las situaciones traumáticas se resuelven en un santiamén, dando vuelta la página, y no reconoce el derecho que tienen las personas a vivir este proceso el tiempo que dure.

Acompañar sin juzgar es una opción valiosa para relacionarse con una persona con depresión. FOTO: Gustavo Cabral.

Condiciones

–¿Hay factores que inciden en la depresión?

–Sí. Hay disparadores. Como hemos visto, uno de ellos son las situaciones de pérdida, y de duelos que no se han podido elaborar. Los otros factores son las situaciones traumáticas.

Tengamos en cuenta que muchas veces un evento se presenta como un shock, que termina afectando el aparato psíquico de la persona. Pensemos en las situaciones de abuso, de violencia, y de maltrato crónico; en la pérdida de empleo, en la ruptura de vínculos con personas significativas, y algunas enfermedades que tienen la capacidad de volvernos vulnerables. Si no se logran elaborar estas situaciones, puede sobrevenir la depresión. En esos casos lo habitual es que se experimente una enorme pérdida narcisista o del amor propio. Puede darse una desvalorización y una autocrítica desproporcionada, lo que también puede marcar una diferencia entre la depresión y las afecciones normales como la tristeza o el duelo.

–Según su experiencia, ¿el entorno de una persona con depresión sabe cómo reaccionar?

–No siempre. Aunque es cierto que vincularse con una persona con depresión es complejo. Desde afuera pareciera que no hay razones para que alguien esté padeciendo así. Pero hay que entender que una persona con depresión requiere de muchísimo cuidado, de afecto y contención. Es importante tener en cuenta que la depresión es una condición absolutamente tratable. Los que trabajamos en prevención del suicidio subrayamos este aspecto. De hecho, hay éxitos terapéuticos basados en tratamientos psicológicos y psiquiátricos.

La realidad indica que es mucho lo que pueden hacer por la persona con depresión los familiares, los amigos, y sus compañeros de estudio y de trabajo. Pero para que esto ocurra debemos aceptar que tenemos una mirada prejuiciosa sobre la depresión, que se manifiesta cuando la minimizamos y hasta nos esforzamos en hacerle sentir culpa a quien no logra salir de la tristeza y el desgano.

Si en cambio nos esforzamos en respetar la experiencia de la persona con depresión en lugar de juzgarla, nuestros aportes serán más constructivos. Y si no supiéramos qué hacer, al menos intentaríamos darle intervención a un profesional de la salud mental que nos guíe.

Secuelas vigentes

–¿La pandemia potenció la depresión?

–Sí, sin dudas. La pandemia fue un período en el que nos debimos acostumbrar a los duelos, a los proyectos frustrados, a la imposibilidad de encontrarnos, y a privarnos de experiencias constitutivas de nuestra identidad, elementos que constituyen un contexto propicio para el desarrollo de cuadros depresivos.

Según un estudio de la Organización Mundial de la Salud, durante el primer año de la pandemia la prevalencia mundial de la ansiedad y la depresión se incrementó en un 25%.

Los aumentos más significativos de la depresión y la ansiedad se produjeron en los países más afectados por el COVID-19, donde las infecciones eran elevadas y la interacción social estaba más restringida.

Para nosotros tuvo un fuerte impacto porque nuestra cultura tiene en un alto valor a la posibilidad de encontrarse. Y eso estuvo vedado por largos meses. En lo puntual, la pandemia afectó más a las mujeres que a los hombres, y a los jóvenes -especialmente los que tenían entre 20 y 24 años- más que a los adultos mayores, que estaban señalados como una población de riesgo.

Es importante considerar que superada ya la etapa más crítica sigue habiendo afectaciones en cuya base aparece lo que se debió encarar para afrontar la emergencia.

 

 

 

 

 

 

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